Muchos aspectos condicionaron el nacimiento, asentamiento y sobre todo la vida al principio y en el futuro de todos los pueblos de colonización en general y los poblados de Vegas de Almenara y La Vereda en concreto.
Y es que a pesar del lucimiento técnico de los arquitectos que diseñaron los nuevos pueblos, como la singular disposición de La Vereda, entre otros muchos, todos los pueblos conservaban unos parámetros constructivos, dejando espacios reservados a la Iglesia, el colegio y las casas anejas de los maestros y otros lugares que se creían imprescindibles para la política de asentamiento que se llevaría a cabo.
Pero si nos centramos en el
ámbito educativo de estos “reasentamientos” rurales, podremos dar cuenta de la
clara intencionalidad del adoctrinamiento imperante, es decir, las intenciones
que el currículum escolar ocultaban, dando una educación directamente orientada
al trabajo del campo y a preservar una sociedad rural de estos pueblos, sin
dejar oportunidad a su prosperidad social y económica. Estas escuelas
de Orientación Agrícola eran dirigidas por el Ministerio de Agricultura a
través del Instituto Nacional de Colonización con documentos como sus “Normas
de Funcionamiento”, donde se recogían todos los aspectos en que debía incidir la formación de los hijos de colonos.
En éstas se aglutinaban por ejemplo las clases de maestros que accederían a estos colegios, los deberes de maestros y alumnos, el cuaderno de preparación de tareas del maestro, horarios y distribución de asignaturas, actividades complementarias, escuela y parroquia, cuestionario de agricultura… y todos los aspectos relativos a su intencionalidad en un compendio bien estructurado que dejaba poco margen de flexibilidad.
Llaman la atención muchas
cosas, impensables hoy día por la forma de expresión y por los ideales que
desarrolla, entendibles solo en el marco donde se redactaron:
En el cuaderno del alumno: “…Figurarán diariamente ejercicios patrióticos
y religiosos…”
Respecto a los horarios deja
entrever que el maestro tiene libertad para redactarlos pero sin embargo
imponen el horario en una tabla muy detallada en la que chirrían:
“Entrada, himno y oración”,
“Himno, oración y salida”, “Recitación y canto” “Educación moral, cívica y
patriótica”
Textualmente: “Los sábados por la tarde, después del
recreo, se rezará el Santo Rosario y se explicará el Santo Evangelio de la
Domínica Siguiente.”
“Las Escuelas de niñas orientarán todas las enseñanzas de la sesión de
la tarde hacia la Economía Doméstica, Labores y Enseñanzas del Hogar”
Aquí el horario que señala el decreto de la Escuela de Orientación Agrícola, como la que teníamos en La Vereda.
Claro y conciso: el currículo
oculto preveía el destino de los niños como mano de obra del campo, sin más
aspiraciones, mientras que para las niñas se había destinado el papel de sumisa
mujer, madre y ama de casa perfecta, también sin más aspiraciones. Indignante
pero a la vez aterrador, no por la dignidad de estas valoradas labores que han
hecho todos nuestros padres, sino por la clara determinación del plan de los
colegios de orientación colonial para crear estos “guetos económicos”.
Otros ejemplos: En
clases de adulto “Tanto al varón como a
la hembra se le exigirá para la obtención del certificado de estudios primarios
los conocimientos elementales y obligatorios establecidos por la Iglesia Católica”
Respecto a la relación
Iglesia-escuela Nacional de O.A.: “…Será
muy conveniente que los niños y niñas tengan un sitio fijo en el templo
parroquial, señalado por el párroco y respetado por el vecindario…”
(¿Control férreo de la fe?)
“La inspección apreciará en estos puntos el celo y la piedad de cada uno de los Maestros.”
Sin embargo la doble lente con que se puede mirar este urdido sistema es que puso en valor zonas tremendamente desfavorecidas (nunca olvidar que a costa de los colonos) y les dieron a muchas familias la oportunidad de criar a su numerosa prole con el fruto de esas nuevas tierras irrigadas por el Bembézar y quizás respecto a la enseñanza en estas escuelas cabe resaltar la obligatoriedad de asistencia de niños y adultos para obtener conocimientos mínimos (aunque imbuidos políticamente por ideales “del régimen”) y una temática y prácticas muy completas sobre la agricultura (sistemas, especies a cultivar, técnicas, economía…).
Pero desde mi punto de vista, la escuela debe ser un espacio de paz, sí con una moral cívica, pero sobre todo con una libertad que dará esa riqueza en las relaciones que se crean alumno-alumno y sobre todo con los maestros y profesores que debieron pasar de eso de “la letra con sangre entra” a hacer sus clases lo más interesante posible para sus alumnos, creando así ciudadanos comprometidos del mañana.
La etapa escolar de la
educación primaria es la base no solo de la formación académica, sino de los
valores y la personalidad del niño, por lo que la atención de todos sus
aspectos (problemas, ideas, iniciativas…) podría reducir el fracaso escolar,
sobre todo en etapas educativas superiores.
Un “buen maestro”, entendido
este no como el que mantiene siempre su lugar, sino como el que te enseña a
valorar el saber, el que te atrae a aprender por sus buenas prácticas, crea
personas completas y seguras de sí mismos, con autoestima y valores a la par
que humildad, fruto de un trabajo adecuado de los propios valores, donde la
afectividad y los sentimientos individuales han desplazado a la rigidez y los
“corsés” de formalismos y ansias de poder, pasando de centrar la docencia en
las asignaturas para centrarla en los propios niños. Véase José María Toro,
gran impulsor de una escuela holística y que atiende a todas las vertientes del
ser humano que se está formando, sus sentimientos, inquietudes, emociones…
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