Esta panadería tiene su origen en el matrimonio formado por Antonio González y Juana Cruz a principios del siglo pasado.
Viviendo en la Calle San José (En la misma casa que luego viviría Hortensio), él trabajaba en la Fábrica de Harinas y en un pedazo de tierra de su propiedad y a pesar de ello, el dinero les venía tan justo que para evitar que sus hijos comenzaran a trabajar a edad temprana, Juana, con el enorme espíritu que le caracterizaba encarga al carpintero un Trillo manejable, haciendo ella desde entonces las labores de trilla en el campo. Así, Juana la que trillaba, fue desde entonces, Juana “la Del Trillo” o “La Trilla”, apodo que es para sus descendientes símbolo del tesón de sus antepasados y su lucha ante la adversidad.
Trillo de madera con las piedras de pedernal incrustadas para trillar en el campo. Este apero era arrastrado por una yunta de mulas, bueyes o en los peores casos por una persona. Pero lo normal es que lo arrastrara una mula y encima de la madera hiciera de peso una persona.
Cuando tuvieron la posibilidad de comprar una casa grande y con posibilidades así lo hicieron, adquiriendo la casa en la calle Ruedo Vía que aún conserva la familia.
Primero montó allí una posada para los harrieros que pasaban por el pueblo.
A sus hijas les enseña a coser y cocinar, y a sus hijos intenta que trabajen en distintos colocaciones, haciéndolo en la Presa, El Corcho…
En este momento Juana emprende un negocio que seguirían por generaciones, haciendo el pan que tanto alababan sus vecinos y que su hijo Eduardo vendía con una “jaquilla” por las calles de Peñaflor.
Portaba bobas de a kilo que se guardan en tinajas o costales con paja.
Eduardo se enamora de su futura mujer, Rosario y en los años 20 se casan, yéndose a vivir a la calle Arenilla, donde estuvo la Panadería de Damián, y también se independizan como panaderos.
Nacen sus dos hijos, pero como el negocio no les vá bien, vuelve a trabajar junto a sus padres y a vivir en la calle Arroyo.
Muchos trabajadores pasaron por aquella panadería, recordándose antes de la guerra a Pepe Carranza y María Aldije. También se recuerdan a Sebastián, a Los Doblado, a Pepe “El Fontanero”, Antonio Bonachera y muchos otros, como un palmeño que vendía molletes por la calle pregonando “¡Molletes que van calientes!”.
El pan integral ya lo hacían por entonces, pero sin saberlo, ya que al no tener medios para separar el salvado del trigo, simplemente era el modo en que se hacía.
Por los años 50 Charín González monta una confitería en la que emplea a Paquito Bonachera y ella aprende a hacer bollitos de leche de la mujer de Epifanio y pasteles de distinta clase de un confitero cordobés. Este negocio fue fugaz, y al mismo tiempo seguía funcionando la panadería.
Cuando se crea la Cooperativa (que nombrábamos en la anterior entrada de Panaderías) ellos pertenecen hasta disolverse ésta y hace unos 40 años que dejó de ser horneado el pan en la casa donde comenzó el negocio Juana.
Como anécdota, Eduardo encontró en uno de los vagones de tren a un ternero recién parido al que habían dejado sin su madre y que criaron como un perrillo faldero en casa, durmiendo entre las otras bestias de labor pero siendo totalmente manso, incluso jugaba con sus hijos, hasta que un día ya como novillo envistió a una de sus visitas, teniendo que sacrificarlo por miedo, aunque por el cariño que tenía no quiso siquiera probar su carne.
Peñaflor, un lugar privilegiado donde siempre ha lucido el sector servicio con sus negocios, oficios y talleres de aprendices, donde las brillantes ideas han cambiando el rumbo en los peores momentos y donde su gente, los cucos, han sacado fuerzas de flaqueza para ser cada día mejores. Ese debe ser el espíritu que hoy por hoy nos ayude a seguir adelante, peñaflorenses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario