Por mucho que pasan los años, se va quedando en el subconsciente colectivo determinadas coletillas, recuerdos o imágenes que se graban a fuego y hacen que nunca se olviden esas personas.
Hoy dedicamos esta entrada a Gregorio. Así, solo por su nombre, todos sabréis quien era.
Él era tío de Carmela Ruiz, la de la tienda con el mismo nombre, pues ella lo cuidaba y vivían juntos. Todos recordaréis seguro al hermano de ésta, Paco Ruiz, que poseía una famosa tienda de telas y moda en Sevilla "Tejidos Ruiz" y quien daría pie a que en Peñaflor abriera otra tienda parecida su hermana Carmela. Aquella mítica tienda al final de la calle Blancaflor, cerca de "el Cantillo".
Aquí está Gregorio en su faceta más conocida, en la sacristía de la iglesia de San Pedro con la capa y el alba del sacerdote, dispuesto a ser él quien se la colocase.
Gregorio era un hombre de gran porte, de rutinas y que siempre podían ver sentado al fresco en la puerta, en "El Cantillo" (esquina entre las actuales calles Juan Carlos I, Madre Mª Purísima y Blancaflor).
Corría la década de los 60's y 70's cuando a todo el que pasaba saludaba por su nombre. Siempre preguntaba que hacia dónde iba, a lo que todos le contestaban con rintintín "¡A por leche!" esperando su reacción, diciendo "¡Cochiiinooo!". (A veces la conversación la hacía él a la inversa con idéntico resultado). En realidad iba a comprar la leche a la casa de Pepe Fernández Domínguez (lo que hasta hace poco era La Caixa, en la esquina de la calle)
También lo podías ver leyendo el periódico cerca del mostrador de la tienda. Iba a comprar el suyo o el de algún bar cercano a la tienda de Rosarito "La del Pescao" que era la única que vendía prensa por entonces, hasta que pasaría más tarde a la barbería de Antonio Ruiz.
Otras veces lo veían pasar con su bastón hacia alguna casa para dar el pésame, el primero en cada difunto. Si no era el primero el darlo se volvía a su casa sin darlo. También debía estar siempre en el mismo sitio durante la misa: De pié apoyado en las rejas del altar, contestando con convicción en cada parte de la misa.
Pero si por algo se recuerda es porque su máxima aspiración era ser el único que le ponía la capa y el alba al sacerdote D. José cuando iba a asistir a misa, en una boda o bautizo, para seguidamente pedir la propina a los padrinos del evento. Su relación con los monaguillos era especial, aunque más de uno le hacía rabiar. Solo bastaba con hacerle la señal de la cruz para que se pusiera nervioso y en un gesto característico, se mordiera el nudillo del dedo índice, donde tenía un cayo de repetirlo.
La gente lo apreciaba. Era de esos personajes entrañables que formaba parte de nuestra realidad social y formaba parte de del puzle de nuestra "gente de siempre".
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